viernes, 20 de marzo de 2009

CACIQUISMO ¿PRÁCTICA PASADA O ACTITUD LATENTE?

El historiador británico Alan Knight, uno de los grandes expertos en el cardenismo y la Revolución Mexicana escribió un ensayo en Letras Libres, donde hace una interpretación del cacicazgo en México en función de una cultura política que amalgama dos tradiciones autoritarias: la indígena y la española. Este escrito, que bien podria ubicarse en la primera etapa de los años independientes y postrevolucionarios, pareciera que llegó a su fin con la caída del viejo sistema priísta. Sin embargo, aun pervive en muchos rincones de la República Mexicana y más aún, en estados del Sur como Oaxaca, Chiapas o Guerrero.


El cacique, menciona Knight, cumple con la vieja máxima de Porfirio Díaz: pan o palo; es decir, esta persona recompensa a sus amigos y castiga a sus enemigos. Este pan va desde los obsequios materiales (tierra, crédito, dinero), los beneficios intermedios materiales e intangibles (trabajos), hasta los beneficios "no materiales" (protección. Los caciques son civiles, aunque a menudo están bien entrenados para el tiroteo. El talón de Aquiles de los cacicazgos establecidos es la sucesión política. La sucesión ordenada, ya sea de monarcas hereditarios o de presidentes democráticos, requiere de reglas estrictas con las que se cumple estrictamente. Conforme se va debilitando el viejo cacique, o se expulsa al cacique no tan viejo, el resultado puede ser una veloz sustitución por un nuevo cacique, una fase de luchas internas y de inestabilidad faccional o, posiblemente, una transición hacia un sistema más democrático o, al menos, regido por reglas.


Existen cinco niveles de caciques: el nacional, el estatal, el regional, el municipal y el local. En la cima se encuentra el presidente. Después se ubican los caciques estatales, que son controlados por el primero. Los caciques o funcionarios menores pueden rotar: una de las artes del cacique es compilar un currículo de cargos secuenciales. Esto es posible gracias a la serie de opciones que existe en el nivel estatal/regional y, en los niveles municipales/locales. Las ambiciones modestas tienen, por ende, sus recompensas. Por ejemplo, en el nivel nacional, donde prevalece un cargo superior, no hay vida política después de la presidencia. Este patrón también es posible porque el caciquismo de nivel más bajo adopta una actitud más cínica y utilitaria con respecto a los cargos oficiales. Debido al poder, a la legitimidad y al prestigio vinculados con la presidencia, el cargo puede hacer al hombre, lo cual se opone al clásico proceso caciquil, donde el hombre hace al cargo, de hecho, simplemente prescinde de él. De ahí la tendencia reciente a designar a presidentes sin experiencia política, hombres que adquirieron doctorados en el extranjero en lugar de cargos electorales en México.


Los caciques estatales combinan regiones político-ecológicas muy distintas; sólo estados pequeños, como Aguascalientes o Querétaro muestran una vaga homogeneidad. Casi todos los caciques estatales son caciques regionales que han conseguido controlar sus estados por medio de una base territorial particular. En cierto sentido, el cacique clásico estatal es con frecuencia un cacique regional que ha logrado ascender en la escala. Este ascenso puede ser precario; además, mantener unido a un estado multirregional es un asunto espinoso. Los cacicazgos regionales por lo general se erigen sobre la base de cacicazgos municipales menores. Además de ser piezas fundamentales en la gran maquinaria caciquil, estos cacicazgos municipales ofrecen la posibilidad de promoción, ya sea por medio de un ascenso desde arriba o por una movilización desde abajo.


Además de las elecciones, los caciques tienen toda una serie de obligaciones frente a sus superiores. Les deben un apoyo político de tipo más genérico: tienen que poner a la gente en la calle, ya sea para preparar manifestaciones políticas en el lugar y el momento adecuados o para darles la bienvenida a dignatarios invitados, gobernadores, senadores, diputados, presidentes, a la localidad. Los caciques son también responsables del orden: el mejor cacique es aquel que evita los titulares de prensa, mientras que la represión atroz puede ser la señal para una intervención desde el centro. Sobre todo, el cacique es fuente de información y de espionaje político. Saber es poder, especialmente en un sistema político relativamente opaco como el de México, donde los medios son tradicionalmente tímidos y donde florecen los rumores, los chismes, las intrigas y las camarillas. El "saber local" puede ser crucial. A cambio de cumplir con tales obligaciones de modo satisfactorio para sus superiores, el cacique puede esperar algunos beneficios: protección política desde arriba; acceso a las prebendas políticas; obras públicas, y el prestigio de los festejos políticos. Dado que muchos de estos beneficios representan no simplemente recompensas individuales (dinero para el cacique o trabajos para sus compinches), sino también ganancias colectivas (carreteras, escuelas, irrigación) para la comunidad, se convierten en recursos distributivos para el cacique mismo: parte del pan que disemina entre sus propios clientes, lo cual lo transforma en un cacique "bueno" o, al menos, tolerable.

Ante lo expuesto anteriormente, cabe mencionar la pregunta… Si algo ha cambiado después del viejo régimen priísta?.. o ¿Existen similitudes al modelo de caciques que expone Knight con los caciques del sureste mexicano?

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